por valeria lizeth aleandre perez
Ya en anteriores ocasiones, les he mencionado que al nacer; fui sietemesino. La espera intrauterina era demasiada para mi, en aquel entonces no poseía la paciencia; que hoy me caracteriza. Así que tomé la decisión de salir del vientre de mi madre y aquí estoy en este mundo voraz. Espero en El Señor, que mi hijo que viene en camino no se desespere. Todo a su tiempo.
Durante los primeros años todo fue delgadez, mi metabolismo en crecimiento consumía cuanta caloría llegaba. No se almacenaba nada, mi figura infantil lucía escuálida. Mis progenitores se preocupaban por ello y las vitaminas empezaron a circular, por mi torrente sanguíneo.
Después de algunos años de buen comer, de generosos licuados nutritivos e ingestión alimenticia en abundancia; el resultado no se hizo esperar. Las camisas y pantalones emitieron su primera protesta. Las cremalleras y los botones ya no dieron de si, el infante regordete y cachetón apareció en escena; todo cambió.
Ser obeso y acudir a la escuela diariamente era mi castigo, los compañeros de clase eran infames conmigo. Ser “saludable y robusto” como decía mi familia tuvo su precio y sin tener mas opción lo tuve que pagar. Aun así, siempre fui alegre y dicharachero; creo que lo sigo siendo.
Siempre he dicho que mientras la mitad del mundo está a dieta, la otra mitad se muere de hambre. No hubo más que ejercitarse y dejar de comer los ricos pasteles, las deliciosas tortillas de harina; salieron del menú. Fue el peor sufrimiento.
Al cabo de un tiempo con la adolescencia, mi constitución física ya era otra. Quizá por la llegada de las primeras novias, el baile y el deporte, el portento llegó pero solo por un tiempo. Con el transcurso de los años y al llegar la madurez, las llantitas volvieron pero para entonces la autoestima ya estaba fortalecida; nada importaba.
Mas aun con las primeras comidas de recién casado, que ricos guisados y tortillas recién hechas. Esos panecillos calientes por la mañana y el chocolate de la tarde. Las cenas con la familia y amigos, los primeros aniversarios. Todo un conjunto de tentaciones gastronómicas y poca voluntad pues no queda más que dejarse llevar.
La báscula después de esa deliciosa época del ayer, en el presente da su veredicto y este es condenatorio. El dictamen es que he subido de peso, aunado a todo ello, los problemas de presión arterial, la diabetes, el acido úrico, los triglicéridos, etc. Solo resta luchar otra vez.
Da inicio la carrera contra los antojitos, la lucha contra las bebidas refrescantes, esa contienda contra las harinas refinadas. Ni que decir de las sabrosas y riquísimas pizzas, me gusta la hawaiana, la de queso en la orilla, la mexicana. Les digo, ya se me antojó.
Ahora al ir al supermercado, hay que buscar la leche descremada, las cajas de cereal con fibra dietética, los productos ligth y por supuesto; las frutas y verduras. Que tormento es tener fuerza de voluntad para no caer pero la salud es primero. Hay que salir victorioso, la odiosa pesa marca kilos tendrá que ir a la baja.
Estimados lectores, no me abandonen en esta aventura. Apóyenme si al igual que a mi, les sobran algunos kilitos de mas. De vez en cuando envíenme un mensaje, para que me recuerden que no estoy solo en esta batalla infernal. Espero en Dios, que me de la fuerza para soportar dietas y ejercicios. Así sea.
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